Tenemos que salvar. Tendemos a salvar. En un principio nos salvamos de fieras que husmeaban nuestra carne y mas tarde fuimos colocando alarmas en el cabezal de la cama. Se puso en marcha la cadena de montaje y nos vino la seguridad porque el peligro era demasiado puro como para inhalarlo. Pero en la cárcel el humo se rarifica, y sin perro no hay rabia. En el presidio, sin rabia ni circunstancia, sólo quedan los ladrillos, uno, y la carga de un tiempo cada vez más escuálido. ¿Y ahora qué? ¿A qué circunstancia se salva?
lunes, 25 de febrero de 2008
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